Gracias a la “KALLE”
Mi nombre es Armando González aunque muy pocos me conocen con ese nombre. Nací en Ecuador a 11.000 km de Madrid hace 30 años, tuve una infancia dura, aunque nunca nos faltó un plato de comida en la mesa. La situación socio-política del país era bastante complicada. Lo que llevo a gran parte de mi familia a migrar en busca de oportunidades. Nuestros padres se fueron con la promesa de volver pronto. Nos dejaron a mis hermanas y primos a cargo de mi abuela, la cual con todo el amor del mundo nos crío y nos atendió. Estaba en 2º de educación secundaria y no me iba mal. Tenía una vida bastante relajada gracias a las remesas de mis padres.
Un día, a mis trece años sin previo aviso nos dieron un pasaporte y un billete de avión con rumbo a Madrid. En ese momento nuestra vida iba dar un cambio totalmente inesperado y sorprendente. Las inquietudes de cómo iba a ser la vida en un país distinto no nos dejaban dormir entre una mezcla de nervios ilusión y desconcierto. El tan esperado reencuentro con nuestros padres se hacía inminente.
Llegue a Madrid un 17 de septiembre del año 2001. El aire, la luz del sol los olores la gente, los sonidos los sabores… absolutamente todo era diferente, otro mundo. En plena adolescencia sufrí un cambio drástico en mi ámbito, un choque cultural y social muy importante, sin ningún proceso o programa de adaptación. Mis padres me matricularon en el colegio público más cercano a nuestro piso en Vallecas, en el cual ni los compañeros ni los profesores ni yo mismo estábamos preparados para integrar a gente de otras latitudes. Fui el primer latinoamericano de mi instituto y me costó mucho trabajo adaptarme al nuevo mundo que tenía ante mí. Me sentía desplazado inseguro, hasta el punto que no quería ir al instituto por miedo. Cosas que jamás viví en mi país (Por no hablar del sistema educativo y segregación racial en los CP de la periferia).
En este contexto empiezan a surgir complicaciones tanto en el ámbito familiar, escolar y personal. En aquellos años el flujo migratorio desde Sudamérica era masivo y éramos cada vez más los jóvenes migrantes que llegamos a los barrios periféricos de la capital la gran mayoría con una situación de desestructuración familiar similar y la carga emocional que supone dejar una tu vida y enfrentar una realidad totalmente diferente y todo esto con 14 o 15 años de edad. Todas estas circunstancias nos empujaron a la formación de guetos y a muchos a formar parte de bandas Influenciados por las sociedades más empobrecidas y desamparadas de los barrios marginales de nuestros países.
Amigos míos cogieron el camino de las drogas, otros muchos entrabamos y salíamos de la cárcel, de los hospitales y juzgados de manera continua.
Desde la perspectiva que dan los años ahora no puedo valorar esa etapa de mi vida más que como un proceso de aprendizaje de un fenómeno migratorio del que ni migrantes ni locales teníamos herramientas para asimilar e integrar.
Es entonces cuando asociaciones culturales como la kALLE irrumpen como actores sociales necesarios para hacer frente a una problemática de fondo muy grave. Mi experiencia personal con la asociación es realmente un ejemplo de cómo puede influir tanto en el presente y en el futuro de las personas, el trabajo, el apoyo, la orientación laboral, talleres, programas de inserción incluso el apoyo emocional entre un largo etc…
Se convierten en un pilar y en un refugio donde siempre se encuentra un buen consejo. Y en muchas ocasiones formando parte de las soluciones de nuestros problemas, implicándose con nosotros y empujándonos cada día para salir adelante y plantando cara a la adversidad que en aquellos tiempos era algo cotidiano
Incluso fue en el taller de carpintería” Iroko” donde con la ayuda del personal de la kalle pude regularizar mi documentación. Fue en ese momento cuando se me abrieron las puertas del mercado laboral marcando un punto de inflexión y empezar una vida con unas condiciones, por lo menos iguales a las del resto. El trabajo que realizaron en ese sentido la asociación marcó claramente mi futuro.
En lo personal me marco mucho el espíritu altruista de gente muy valiosa, los valores humanos que nos transmitieron se quedaron grabados, realmente son un referente y un ejemplo para mí. Es por ese ejemplo que me siento eternamente en deuda con todas y cada una de las trabajadoras sociales que con su ejemplo me enseñaron que hay pocas cosas más valiosas en el mundo que ayudar y ser útil para otras personas.
Hoy en día a mis 30 años puedo decir que me siento muy orgulloso y afortunado de haber pasado por la “Kalle” y desde cualquier espacio que pueda reivindico el trabajo social que se hace por estos héroes de las calles.
Son las personas como ustedes las que transcienden en el tiempo.
A Gonzalo, Marta, Susana… y todos los que pasaron y dejaron huella en nosotros, gracias¡¡
Nando
Ex participante de la Kalle