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Entrada: Un aula, un idioma, un descubrimiento inesperado: mi viaje en el voluntariado

Un nuevo comienzo

Cuando llegué a Vallecas el pasado octubre, como voluntario italiano, me movían tanto la curiosidad como una cierta incertidumbre. La idea de empezar un proyecto ESC en otro país me entusiasmaba, pero al mismo tiempo me enfrentaba a un reto: una nueva ciudad, una cultura similar, pero a la vez diferente y, sobre todo, un idioma que apenas conocía. Aun así, sentía que era el momento adecuado para ponerme a prueba.
Desde entonces han pasado meses y, hoy, a pocas semanas del final del proyecto, me doy cuenta de
cuánto me ha transformado este camino. Estoy seguro de que esta experiencia vivida durante estos
meses se quedará conmigo en los años venideros.

De la curiosidad al descubrimiento: cómo una clase despertó una nueva pasión
Mi rutina laboral transcurre en la Asociación Cultural La Kalle, que trabaja para ofrecer a jóvenes en riesgo de exclusión social oportunidades de formación e integración profesional. En este contexto, trabajo principalmente como responsable de redes sociales, encargándome de la difusión de la comunicación online y la promoción de las actividades de la asociación. Es un trabajo que une creatividad y técnica, y que me está ayudando a crecer profesionalmente. Pero lo que al principio era mi único ámbito de actuación pronto se amplió, y una de las
experiencias más inesperadas y significativas nació de una simple curiosidad.

Dentro de la asociación se ofrecen tres cursos formativos, cada uno con una duración de tres meses: comercio, carpintería y microinformática. Un día, movido por la curiosidad y el deseo de mejorar mi español (que al llegar apenas era suficiente para mantener una conversación) decidí asistir a una clase del curso de microinformática. Pensaba estar presente una clase, quizás dos. Solo quería escuchar, entender mejor el idioma y tal vez aprender algún término técnico. Y sin embargo, algo cambió.

No me esperaba que esa clase me fuera a atrapar tanto. En poco tiempo, cada vez que mis responsabilidades con las redes lo permitían, me encontraba en el aula. Entre instalaciones de software y reparaciones de ordenadores, descubrí un interés por la informática, un campo que hasta entonces siempre había mirado desde lejos y con cierto desinterés. El mérito también es de la profesora Marisa, que logra transmitir con entusiasmo y dedicación sus conocimientos, haciendo que cada clase sea amena y estimulante.

Un aula, muchos idiomas, una sola voz

Además de los conocimientos técnicos, este curso me ha aportado muchísimo también a nivel lingüístico y humano. En esa clase, compuesta por historias distintas y caminos entrelazados, el español se convirtió en un hilo conductor. Al principio me costaba, intentaba entender y hacerme entender, pero ahora, meses después, me doy cuenta de cuánto este contexto me ha permitido no solo mejorar mi nivel de español de forma natural, sino también desarrollar competencias interculturales.

El encuentro que marca la diferencia

Un papel fundamental en todo esto lo ha tenido la profesora del curso, Marisa. Una figura que se ha convertido para mí (y creo que para muchos) no solo en un referente educativo, sino también humano. Es difícil explicar con palabras cuánto ha influido su pasión por la enseñanza y por la materia. Gracias a ella, hoy miro la informática con otros ojos: como un mundo por descubrir. Con el tiempo, entre nosotros se ha creado un vínculo hecho de intercambios y conversaciones informales. Y fue precisamente de este vínculo que nació el deseo de entrevistarla, para poder contar esta experiencia también a través de sus palabras. Así, otros podrán conocer el corazón y la pasión que pone en su trabajo cada día, contribuyendo a crear oportunidades reales para quienes deciden arriesgarse y, como yo, tienen la curiosidad de cruzar esa puerta en la calle Javier de Miguel, 92.

Una mirada más allá del aula – La entrevista

En un mundo que a menudo mira hacia otro lado, hay quienes eligen quedarse. Quedarse donde es más difícil, donde la esperanza a veces se tambalea, donde cada palabra puede herir o salvar. Ella no es solo una profesora. Es un punto de referencia, una voz, una presencia. Enseña microinformática, pero lo que deja en el corazón de sus alumnos va mucho más allá de una pantalla.

Hoy la conocemos no solo para hablar de su trabajo, sino para descubrir a la mujer detrás del escritorio, la que decidió entregarse, día tras día, por aquellos que la sociedad muchas veces olvida. ¡Demos la bienvenida a María Luisa conocida por todos como Marisa o profe!


En esta jungla que es la vida ¿Qué tipo de fiera se siente usted?
Soy dos animales. Me siento muy leona porque protejo a toda la gente que quiero y a toda la gente que todavía no quiero, porque sé que se merecen algo mejor. Y me comparo mucho también con un ave porque me encanta ser libre y volar donde yo quiera o sea si un ave no tiene fronteras yo tampoco tengo que tener fronteras. Me siento muy libre.

Descubriendo la mujer detrás de el pupitre ¿Cómo llegaste a hacer este trabajo?
Con 20 años empecé dando clases particulares, luego la gente me empezó a conocer y ya empecé con la informática, ya me dieron un trabajo en un colectivo para gente refugiada, para gente mayor o con síndrome de Down. Siempre he dado clase a gente con muchas dificultades y la verdad es que me aportaba mucho y continúe.


Yo sé hacer esto que es desmontar un ordenador o instalar un sistema operativo y si yo esto lo puedo transmitir a otras personas me da igual su raza, su color, su ideología. Sencillamente lo transmito.

¿Alguna vez pensaste dedicarte a algo completamente distinto?
Yo lo que tenía claro es que mi vida la quería dedicar a estar con gente o sea no quería hacer un trabajo mecánico, quería relacionarme con las personas. Y una forma de hacerlo es la informática, porque yo ahora tengo 62 años y cuando yo empecé con informática era lo más actual. Yo empecé con la informática tenía unos 19 años. Yo hice un bachiller y luego me metí en un FP de informática.

Es que cuando empecé informática en todo su apogeo era algo vivo, creativo y novedoso, era algo en lo que toda la gente se metió. Estaba muy masculinizada exactamente igual que ahora, sigue siendo muy masculina. Creo que es porque todo lo que está relacionado con máquinas y ciencia lo han relacionado con hombre porque por lo menos en mi época, las mujeres teníamos que ser madres, peluqueras o enfermeras, tendríamos que ser cuidadoras, no creativas. Y yo era creativa, era activa. Quería cuidar, pero creando.

El trabajo en el terreno – La realidad diaria

¿Cuál es el mayor desafío que enfrentas día a día con las participantes?
El mayor desafío que tengo con las participantes es que muchas veces vienen a un curso un poco obligado o sea por salir de sus centros o por tener una salida, entonces puede que entran en un curso donde mi forma de ser, mi comportamiento o mi explicación no le llegue.

Mi mayor problema es que acaben el curso y que no le he enseñado nada. Por qué en un curso se puede enseñar muchas cosas. Se puede enseñar a arreglar un ordenador, pero también hay muchas competencias sociales que para mí son muy importantes, ese es mi mayor problema si cualquiera del curso sale aprendiendo algo, ya me parece importante.

No tiene de ser de informática, puede ser comunicarse, puede ser socializar o puede ser a descubrirse a sí mismo que es capaz de hacer cualquiera cosa. Incluso hay gente que hace el curso y no le gusta entonces para mí ya es importante que se han dado cuenta que la informática no le gusta. Eso también es bueno saber lo que te gusta y lo que no.

¿Hay alguna historia que aún lleves contigo en tus recuerdos?
En estos cursos aparecen muchas gentes que te quiere. Acaban los cursos y esta gente que pasa un año y que vienen y te ha dicho «Gracias a ti sigo estudiando informática o gracias a ti me he matriculado en otro centro o gracias a ti conocí a mi pareja».
Por ejemplo, gente como tú Ales, que viene a hacer aquí de paso y te dice «Quiero entrar en tus clases, me gustan como los das, te veo estos fallos, quiero seguir contigo». Vamos, es él lo más.

Y luego otra cosa, a mi lo bueno de este trabajo es que a mí me enriquece porque hay gente de muchas culturas.
O sea, de religión, de política, de vivencias que yo no he tenido. Entonces compartir con ellos todo lo que han vivido y al día siguiente volver a levantarse para venir en tu clase, esto no tiene precio y no se puede pagar.

¿Quién ayuda a quién? ¿Usted a ellos o ellos a usted?
Yo creo que esto es mutuo, o sea tú no puedes ayudar si a la persona que quieres ayudar, no te ayuda.
Y ellos yo no les puedo ayudar si ellos no se dejan ayudar. Entones yo creo que es mutuo o sea ellos me ayudan a mí para que yo les pueda ayudar a ellos. Precisamente por lo que te digo, contándome sus carencias y lo que necesitan.

Reflexiones finales
Si fueras una estudiante hoy, ¿sobrevivirías a tu propio curso?

Pues mira, en la primera semana estaría incómoda porque la profe Marisa es muy gritona, pero me daría cuenta que lo va a dar todo por mí. O sea, lo que le pida entonces yo sobreviviría. Yo tenía profesores como yo que me han encantado. He copiado de ellos, he visto sus fallos y he intentado de mejorarlos. Y sí sobrevivirá, me encantaría.

Si cierras los ojos y piensas en tu primer día en el aula… ¿qué ves? ¿Qué le dirías a la “tú” de tu primer día en clase, hoy?
Yo como persona le diría a la profe «Estás trabajando con personas. Esas personas tienen vida, sentimientos, emociones, días buenos y malos. Ponte en sus zapatos y camina con ellos al mismo tiempo».

Gracias por lo que haces, pero sobre todo por cómo lo haces.

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